La Familia: Proveedora de Principios Éticos y Morales
La Ética pudiéramos entenderla como la escogencia de un estilo de vivir que nos permitiera alcanzar felicidad. Mientras que la moral encaja en la obediencia a las normas, costumbres y preceptos sociales. Ambos conceptos son diferentes entre sí, al mismo tiempo que se nutren el uno al otro.
Aristóteles afirma que la felicidad es el bien último al que aspiran todos los hombres por naturaleza. Habría que preguntarse cuál es el marco referencial de quien busca la felicidad; pues para cada individuo puede ser diferente, dependiendo de sus características, vivencias, espacios físicos donde se desenvuelven, nivel educativo, cultural, etc.
Sin embargo, hay principios básicos que podríamos llamar universales. Aquellos que nos facilitan la vida en comunidad y para nuestro disfrute personal. Esos que definen nuestro ser y que además nos ayudan a desarrollar sensibilidad.
Hoy hablaremos de solo cuatro preceptos éticos que pueden ayudar mucho en casa y que, por supuesto, se proyectarán en todos los ambientes en los que se desarrolla la vida social, pues una vez interiorizados se convierten en Principios de Vida.
El primero de ellos es que no hacemos daño a ningún ser vivo con pensamientos, palabras y acciones. Al poner atención a nuestro sentir y hacer diario, podremos aceptar que en ocasiones estamos actuando de manera equivocada y, teniendo la libertad y la capacidad para darnos cuenta, podremos contener esta actitud.
Enseñar a los niños lo que significa dañar a otros es muy importante. Enfrentarlos a la pregunta: “¿Cómo te sentirías tú si esto que has hecho/dicho te lo hicieran a ti?”, es una técnica que les permitirá sentir lo que pudiera pasar en estos casos. Utilice palabras sencillas pero directas que ilustren también su sentir. Por ejemplo: “cuando dices/haces esto, mami se siente triste porque …” Enfóquese en la conducta equivocada, no en el niño como tal para evitar maltratar su autoestima. Es muy diferente decir: “eres un niño maleducado”, qué decir “tu conducta en este momento no es educada”.
Posteriormente, también es muy importante que el niño experimente las consecuencias lógicas de su actuación. Si ha herido a alguien o ha expresado una conducta inadecuada, debe asumir con responsabilidad, tener oportunidad de ver lo que eso ha podido hacer en el otro, aprender a pedir disculpas y comprometerse a poner más atención para evitar que se repita. La técnica del Time Out es una buena herramienta en estos casos. Un rato sin aquello que le gusta, abriendo espacios para pensar y sentir sobre lo sucedido, es enriquecedor.
El segundo precepto ético que puede trabajar en casa es no tomar lo que no nos ha sido dado. Este principio va mucho más allá de no robar. Nada que no le haya sido dado al niño, debe ser tomado: tiempo, paciencia, espacios, objetos, etc. El niño debe tener límites en casa; no todos los ambientes ni el tiempo le pertenecen. Enséñele a que toque la puerta antes de entrar; respete los espacios y los objetos que no le pertenecen; no le permita irrumpir en una conversación que no es de su incumbencia; instrúyale a esperar su turno; a no revisar el teléfono y los bienes de otros; que valore el tiempo de los demás y cumpla con sus rutinas.
Cuando el niño esté incurriendo en algún error en cuanto a este precepto, hágale el llamado directo y sencillo: “en este momento estás tomando lo que no te ha sido dado, esta conversación es entre tu papá y yo, por favor pide permiso y espera a ver si se te concede”. Si se es consistente, el niño comprenderá rápidamente y pondrá atención a su actuación, desarrollando gran sensibilidad hacia la existencia de otros a su alrededor.
Pasamos ahora al tercer precepto también muy importante. Enseñemos que nuestra habla debe ser útil, noble y honesta. Nuestras palabras deben servir para algo bueno y además ser honestas. Muchas veces sin darnos cuenta estamos entrenando a los niños para que hablen sin un objetivo productivo. Hacen preguntas cuyas respuestas ellos mismos conocen, solo para obtener la atención de los demás. Creamos entonces en ellos, una verborrea que se afianza a medida que pasa el tiempo y en ocasiones se convierte en un verdadero dolor de cabeza.
Pregúntele al niño: “¿eso qué me estás diciendo para qué sirve? ¿Qué buscas con eso? ¿Es verdad lo que me estás contando? Permítale que se haga responsable de sus palabras y entienda que quizás pueda estar haciendo daño con ellas.
Sucede mucho en la escuela o en los hogares donde hay hermanitos, que el niño tiende a “acusar” al otro, buscando que el adulto reprenda al compañero. Eso es fácil de evitar si le hacemos el siguiente llamado: “Lo que estás haciendo es acusar a tu compañero, eso hace daño pues con eso buscas que yo le regañe. Intenta decirle lo que te molesta y trata de resolver. Si no lo logras, no lo acuses conmigo, ven y pide ayuda”. Esto funciona muy bien.
Si usted sabe que el niño conoce la respuesta de la pregunta que le está haciendo, en lugar de responderle, repregúntele. Por ejemplo: Si el niño dice “¿Dónde está mi lápiz?”, cuando lo tiene frente a él o suele estar dentro de su cartuchera, repregúntele: “¿dónde crees qué está tu lápiz?”. Abra espacio para que el niño responda y lo busque. No lo haga por él.
Poco a poco el niño irá internalizando lo importante que es poner atención a su manera de comunicarse y lo que se espera de él. Sus emociones pueden y deben expresarse. En ocasiones éstas son muy fuertes. Abra espacios para ello. Permítale desahogarse y ayúdelo a contenerse para que esas explosiones no lo dañen a él ni a su entorno.
El último precepto ético que trataremos en esta oportunidad es la necesidad de no intoxicarnos. Existen diferentes maneras de maltratarnos:
- Con lo que ingerimos: Chucherías, refrescos, productos que dañan nuestra salud y más adelante alcohol, cigarrillo, drogas, exceso de medicinas, etc. Si aprendemos a cuidarnos desde pequeños, escogeremos una vida adulta más sana
- Con lo que vemos: Cuide a sus niños de la manipulación y el control que los medios de comunicación están ejerciendo sobre ellos. Esté pendiente de los videojuegos que los mantienen desconectados del entorno. Esto les insensibiliza y los aparta de la capacidad de enfocarse e interrelacionarse con armonía. Existen juegos que si pueden ayudarlos a adquirir ciertas destrezas, sin embargo, debe regularse el tiempo y estructurarse los momentos para disfrutar de estas actividades. Lo mismo sucede con la TV y la computadora. Esté alerta, canalice la calidad y la cantidad de lo que ve.
- Con lo que escuchamos: La música que hoy día se impone por entrar en nuestros hogares y en los espacios públicos, viene cargada de violencia, lujuria, desvalorización de la figura femenina, incitación a la hipersexualidad y burla a las buenas costumbres. Esté muy atento y no la propicie. Dele a sus hijos alternativas mejores de dónde escoger y protéjalo de perder su inocencia infantil. Esta música intoxica, confunde, estimula a la expresión inadecuada de los niños en su hablar, su baile, sus intereses y su trato con los demás. No pierda de vista que son niños.
- Con las relaciones interpersonales que establecemos. Desde muy jóvenes los niños pueden conseguir pares que tiendan a abusar de su nobleza. Les exigen que carguen con su morral, que les hagan la tarea o que mientan por ellos. Esto suele suceder cuando un niño desea encajar y ser aceptado en el grupo y por ende se deja maltratar. Esté pendiente de esto y refuerce la belleza y las habilidades que tiene su hijo. Mientras tenga una alta autoestima, estos abusos no serán permitidos, de lo contrario podrían terminar siendo adultos adictos a relaciones tóxicas.
Sin duda alguna que, si estos preceptos éticos son manejados consistentemente en el hogar y en la escuela, estaremos viendo cambios significativos en el trato entre pares. El famoso bullying cada vez tendrá menos cabida en los espacios escolares y por ende tendremos una sociedad más fraterna y sensible.
Empiece por casa siendo un buen ejemplo para sus hijos y, ustedes maestros, entiendan también que ya es hora de entrenarse en preceptos éticos para que sus aulas tengan una dinámica armónica en donde sus alumnos se apoyen los unos a los otros, en lugar de segregarse, burlarse y competir.