¡Los Adolescentes!

La etapa de la adolescencia es frecuentemente esperada con temor por los padres y los maestros. Los muchachos, que están en esa etapa de ser y no ser niños, de ser y no ser adultos, se enfrentan con tan profundos cambios biológicos y emocionales que ni ellos mismos se soportan.

Pueden fluir dentro de un espectro de emociones que va desde la euforia hasta la depresión, la dulzura hasta la amargura, el entendimiento hasta la ofuscación total. La frustración de ir y venir, sentir y no comprender, hablar y meter la pata, amar y odiar puede ser una pesadilla para la familia y para ellos mismos. La ira puede desencadenarse sin razones aparentes y seguidamente el remordimiento y la culpa los agobia.

Antes de ser adolescentes por supuestos que han sido niños. Yo creo firmemente que, si durante estos primeros años de vida les garantizamos las herramientas para que aprendan a manejar sus emociones, la adolescencia no sería tan devastadora. Podrían enfrentar los cambios con más tranquilidad.

Esas herramientas de las que hablo son básicas para que los niños aprendan a autorregularse, comprender lo que sienten y expresarse desde la emoción. Para ello los niños necesitan estructura en sus vidas: Hábitos y rutinas que les permitan comprender su importancia y su lugar dentro del núcleo familiar; orden, limpieza, aseo personal, disciplina, colaboración, oportunidades para que asuman responsabilidades acordes a su edad, respeto ante las figuras de autoridad y manejo de principios éticos que les permita comprender que sus actos tienen consecuencias y que dañarse o maltratar a otros no está permitido.

Si logramos que este proceso se lleve en casa y en la escuela como parte del crecer, cuando los cambios fuertes empiecen a aparecer, este niño en proceso de ser adulto tendrá capacidad para expresar lo que siente, pedir ayuda, contener su ira y comprender el valor y las posibilidades que tiene esta nueva etapa para que desarrolle fortaleza y siga creciendo.

La adolescencia es una etapa de florecimiento, de proyectos, de descubrimientos, de transición, de tomar decisiones, aprender de los errores, hacerse cargo de sus acciones, crecer en autonomía y responsabilidad para asumir la adultez sanamente.

Mi pregunta entonces es: ¿Por qué como padres esperamos tanto para formar?  Si nunca enseñó valores, no permitió que asumiera responsabilidades, no estableció los límites necesarios, no abrió un adecuado canal de comunicación, le resolvió todo, lo llenó de caprichos sin merecerlo, no le enseñó cortesía, buenos modales, a servir a los demás, a respetar a los abuelos, a hacer su tarea, a perder y ganar, a disfrutar conectado con la naturaleza, a cantar, hacer deporte, tener amigos, respetar, obedecer… ¿Cómo esperar que esa etapa de cambios llamada adolescencia sea suave y fluida?

¿Cómo podrán estos jóvenes tomar decisiones, hacerse cargos de sus actos, aprender de sus errores, ser responsables y autónomos, si en lo pequeño nunca lo hicieron? Los veremos apáticos, irrespetuosos, malhumorados, irresponsables, confundidos, poco comprometidos y de fácil reaccionar desde la frustración y la ira. No aceptarán un “no” como respuesta pues su nivel de tolerancia a la frustración es muy bajo y la necesidad de satisfacción inmediata muy alta.

Prevenir hoy, formando adecuadamente a los niños asegurará un presente más ag radable y una adolescencia más llevadera. Forme en autoestima, principios éticos, ponga límites, enséñelos a colaborar y a servir a otros. La cortesía y los buenos modales son muy estimados, enséñelos a ganarse con su esfuerzo lo que desean, no permita violencia en su hogar y comuníquense desde el amor sin perder la firmeza. La manipulación y el poder de decisión por parte de ellos no deben permitirse. Son los adultos los que guían, los niños escuchan, aprenden, obedecen, actúan, agradecen y disfrutan.

Cuando hemos llevado la crianza de nuestros niños sin estructura, experimentaremos una etapa dura de llevar a partir de los 12 años. ¿Qué veo hoy en los adolescentes que me rodean?

  • Una cara rectangular que se funde con el teléfono celular, el cual se ha convertido en un objeto de primera necesidad que los desconecta de su entorno y siembra en ellos la pereza, la ira, el chismorreo y el compararse con otras realidades irreales.
  • Jóvenes sin motivación al logro, desenfocados, que buscan la gratificación inmediata y por lo tanto reaccionan con violencia cuando no se les complace o ante una respuesta negativa
  • Muchachos que se sienten merecedores de todo, cuyo mundo gira a su alrededor porque es “obligación” de los adultos complacerlos en lo que piden.
  • Jóvenes que no miran lo bello del mundo, sino los zapatos, el iPhone, la ropa, etc. del otro, calculando el precio y sintiendo envidia.
  • Muchachos que gritan su odio en la cara de sus padres, ya saben el por qué.
  • Manipuladores por excelencia que ponen carita de desvalidos cuando quieren conseguir algo desde la victimización .
  • Jóvenes con un enorme ego, en donde no cabe nadie más que ellos. Insensibles y maltratadores y al mismo tiempo necesitados de sus padres a quienes desean fuera de sus vidas, pero al alcance suficiente para cuando los necesiten.
  • Incapaces de escuchar y responder porque no están presentes. Se concentran en la vida de otros, la música grotesca, aparentar, exigir, reaccionar, pelear por sus “derechos” y evadir los de los demás.
  • Tristeza y profunda frustración porque se sienten incomprendidos y culpables por el dolor que sus palabras y acciones causan en su entorno familiar.

Sin embargo, cuando se les da alternativas sanas de recreación o servicio, se les pone límites, no se les permite faltas de respeto y se forman en la sensibilidad, podríamos tener en ellos unos aliados maravillosos, colaboradores y sensibles que pueden hacer contribuciones significativas dentro de su núcleo familia o su comunidad, participando en actividades en las que sientan que están logrando cambios importantes y comprendan que para alcanzar lo deseado hay que hacer un gran esfuerzo por algún tiempo. Ser adultos significa valerse por sí mismos, tomar las riendas de la propia vida y eso es un reto enorme que enfrentan los adolescentes. Forme a ese “adolescente” desde el inicio de su vida y tendrá menos dificultades cuando los cambios aparezcan.

En estos días asistí con un grupo de estos adolescentes a una fundación de niños abandonados. Al principio se mostraron temerosos, evasivos y poco interesados. Al final fue un éxito total. Fueron capaces de jugar, compartir, cantar, repartir, ofrecer, organizar y disfrutar. Lo único que hace falta es una guía sensible, firme y amistosa. Así florecerán y darán el paso hacia una adultez más fraterna y exitosa.

Habrá que tener la paciencia del santo Job, comprender, escuchar y limitar con disciplina y amor. Y en la cuesta empinada, ponerse una curita en el corazón sangrante y tratar de no morir en el intento.

¡Los Adolescentes!