¡Somos Ciegos!

Hace dos décadas mi alumno Atahualpa me regaló una obra del escritor portugués José Saramago, premio Nobel de literatura en 1998 y confieso que su lectura me dejó profundamente impactada, no solo por su brillante estilo, sino por el tema tan fuerte que trató en su “Ensayo a la Ceguera”.

Veinte años más tarde me doy cuenta de que hemos vivido recientemente lo que Saramago plasmó en su libro, una pandemia que, citando al autor “desenmascara a una sociedad podrida y desencajada” pues la característica más sobresaliente de sus personajes es el egoísmo expresado ante la necesidad de luchar por la sobrevivencia, por la pandemia que tiene al mundo sumido en la ceguera física, pero más que eso, en la profunda oscuridad espiritual que lo embarga.

Nuestra pandemia del siglo XXI no nos arrebató la vista, por el contrario, nos permitió ver lo ciego que estamos y la necesidad imperiosa de visualizar el camino correcto para poder seguir adelante. Ante el pánico generado por el Covid-19, la sociedad se enfrentó al riesgo de la desintegración del orden social y las alarmas de los diferentes gobiernos se encendieron para dar respuesta a un enemigo desconocido y mortal. Experimentamos el encierro, el desabastecimiento, el terror, la pérdida, la inconciencia, la violencia, la soledad, la inseguridad y la angustia profunda del desconocido devenir que jugaba con la muerte. Tal cual como lo escribió Saramago.  

Sin embargo, él va todavía más allá. Nos muestra que los personajes más crueles y amorales de su ensayo, quienes se aprovechan del caos y del terror, son los que parecen triunfar pues se apoderan del control de los alimentos, medicamentos y todo aquello que es necesario para la supervivencia, exponiendo a la población a todo tipo de trato inhumano y violento.

Pero, para la tranquilidad de los corazones sensibles como el mío, también hay un personaje de luz esperanzadora, una figura única, vidente, capaz de guiar a los demás trayendo algo de orden y hermandad.

¿Por qué ha resurgido Saramago en mi mente el día de hoy? Porque veo con preocupación la ceguera espiritual que nos embarga, arropándonos cada vez más, opacando la lucecita de esperanza que lucha por no apagarse.

Estamos en un mundo en donde mirando no vemos, oyendo no escuchamos, queriendo no amamos, sintiendo no comprendemos.

Cada vez somos más esclavos de aquello que nos vende el mundo, dejando de lado la solidaridad y la fraternidad que la luz de Dios nos implora. Opacamos la lámpara de la comprensión y la encerramos en la oscuridad. Somos sordos al grito de los necesitados, que muchísimas veces están a nuestro lado, en el cuarto contiguo, perdiéndose en la lobreguez de las redes sociales que los mantiene desconectados y embrutecidos.

Nuestros hijos no conocen otra manera de vivir que estar frente a las pantallas, o haciendo colas; huyendo de la escuela, maltratando a quienes tratan de iluminar; rechazando la salud y el amor que se les brinda. Y mientras eso sucede, allá afuera hay un mundo de carencias que daría todo por el plato de alimento que desechamos, el vaso de agua limpia que botamos, la cama caliente que nos abriga, la mano amorosa de un padre que sustenta.

¿Habrá primero que ser ciego para luego ver? ¿Tenemos que sufrir la carencia y el maltrato para aprender a valorar? ¿Pasaremos hambre para poder entender que aprovecharse de la penuria ajena para lucrarse es una vileza? ¿Debemos pasar por muchas pandemias para comprender nuestra misión de servicio? ¿Debemos esperar que nuestros hijos se pierdan en la pornografía, la droga y la pereza para empezar a atenderlos desde la disciplina y el amor? ¿Deberemos sufrir la pérdida para añorar y valorar al que nos acompaña?

Saramago apareció en mi mente el día de hoy porque su obra parece ser una parábola de lo que veo a mi alrededor. Estamos ciegos, profundamente ciegos, porque somos ciegos.

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¡Somos Ciegos!