Tus Hijos son Hijos de la Vida

 A los adolescentes de mi época nos gustaba mucho leer. El colegio nos enseñaba desde pequeños a amar la lectura. Al pasar al bachillerato ya leíamos una novela por trimestre. ¡Fascinante mundo el de la lectura!  

En el área de la poesía, uno de nuestros escritores favoritos era Gibran Jalil Gibran. Despertaba nuestros más profundos anhelos de juventud. Particularmente me encantaba el poema de los hijos, pues lo veía en aquella época desde el punto de vista de los “hijos”, porque yo lo era entonces. Leerlo me hacía sentir alivio por la culpa que me causaba querer volar del nido prontamente. Si este famoso poeta libanés, uno de los más vendidos de todos los tiempos, junto con Shakespeare y Laozi, afirmaba que “los hijos no son tus hijos sino de la vida”, algo de razón debía tener.

Por más que me fui de casa a los 21 años no sentí que “era de la vida” hasta que fallecieron mis padres, cuatro décadas más tarde. Ellos ejercían en mi un poder que no importaba dónde, ni cómo ni cuándo, el lazo emocional era muy fuerte, aunque no necesariamente positivo.

 

El poeta en cuestión decía:

“Tus hijos no son tus hijos. Son hijos e hijas de la vida deseosa de sí misma. No vienen de ti, sino a través de ti y aunque estén contigo no te pertenecen”

Esta es una afirmación tremendamente difícil para algunos padres que tienen con sus hijos unos lazos posesivos muy fuertes.

“Ese es mi hijo y hace lo que yo le ordeno”. “Si yo digo que es No, es No y punto”. “Me sacó mala nota en lenguaje”. “No estudiarás educación porque te morirás de hambre”. “No es lo que él dice, sino lo que yo digo”. “Estudiará abogacía y trabajará en el bufete de su padre”. “El mío estudiará odontología, porque allí ganará mucho dinero”.

Es necesario poner mucha atención a estas afirmaciones que expresan claramente que somos los dueños de esos muchachos. Haberlos traído al mundo nos da la potestad de ser sus padres, no sus dueños, porque no son nuestra propiedad. Como padres somos el vehículo para que puedan llegar a este mundo a crecer y desarrollar sus talentos. Vienen a evolucionar y los adultos han de velar por este proceso.

Sin embargo, nuestra ignorancia muchas veces nos lleva a cometer graves errores. Imponer nuestros deseos, colocar sobre sus espaldas nuestros miedos o cargarlos con las expectativas de nuestros sueños frustrados, puede castrarlos y hacerlos infelices.

Nuestra misión es orientarlos, apoyarlos, enseñarlos, permitir que adquieran las herramientas que les permitan vivir sus vidas más adelante como seres libres e independientes, con una misión única y exclusivamente de ellos.

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Gibran continúa diciendo:

“Puedes darles tu amor, pero no tus pensamientos pues ellos tienen sus propios pensamientos.

Puedes hospedar sus cuerpos, pero no sus almas, porque ellas viven en la casa del mañana, que no puedes visitar ni siquiera en sueños.

Puedes esforzarte en ser como ellos, pero no procures hacerlos semejantes a ti, porque la vida no retrocede, ni se detiene en el ayer”.

Nuestros hijos tienen en sus manos su individualidad, su peculiar manera de pensar, sus gustos, sus tendencias, sus aptitudes. Son poseedores de un mañana que nosotros quizás no podremos compartir. Tienen sueños, metas, sentimientos y deseos que solo a ellos les toca perseguir.

¿Y que hacemos nosotros muchas veces? Imponernos, sobreprotegerlos, limitarlos, llenarlos de miedos, juzgarlos, criticarlos, decidir sus vidas, pensar y sentir por ellos.

En lugar de ésto intente dejar que piensen por sí mismos, que expresen lo que sienten sin juzgarlos, ilumine su camino, pero no camine por ellos. Ámelos profundamente, pero abra espacios para que se preparen para irse una vez que estén listos. Busque el equilibrio de lo que necesitan en el momento adecuado. Esté atento a no irse a los extremos, si los suelta de niños, los debilita pues entonces necesitaban de su apoyo, pero si no lo hace a tiempo, la sobreprotección los hace seres inútiles y temerosos.

Y aquí es cuando la justicia viene a jugar un papel fundamental. Ofrezca lo justo en el momento preciso porque, como termina el poema de Gibran:

 “Tú eres el arco del cual tus hijos, como flechas vivas, son lanzados. Deja que la inclinación en tu mano de arquero sea hacia la felicidad”.

Si en su adultez usted tiene la oportunidad de ver a sus hijos realizados, viviendo sus vidas como ellos lo han escogido, aprendiendo de sus errores y caminando hacia su propia felicidad, entonces sentirá una profunda paz, porque ha cumplido con la sagrada misión que se le encomendó de criar a sus hijos para que sean agentes de cambios fraternos en esta tierra y puedan regresar a su origen con alegría y dignidad.

 

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